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¿A quién no se le antoja aprender a tejer como abuelita o a usar el martillo como el abuelo? La “Feria de Saberes” es el taller donde las y los abuelitos son los maestros que le transmiten sus conocimientos a los niños. Ambos grupos se mostraron alegres ante la posibilidad de poder ser un ejemplo y transmitirle a sus nietecitos algo de lo que ellos saben de la vida, aunque algunos tenían sus dudas. En el caso del grupo mixto de La casa de día CDP*, muchos de los varones crecieron en alguna provincia poco urbanizada, lejos de la Ciudad de México; la mayoría se dedicaron a la agricultura como actividad productiva en sus años de juventud. Uno de los abuelos, Félix, me narró con un tono tan triste como amargo, que él había partido de su natal Michoacán hacia la capital a sus escasos 14 años para buscar una oportunidad de trabajo, ya que sus padres jamás lo mandaron a la escuela, por lo que no sabía leer ni escribir. No mucho tiempo después se casó y comenzó a tener descendencia. Me explicaba que él y su esposa sí mandaron a sus hijos a la escuela, y que uno de sus primeros retos llegó cuando la escuela les envió una carta que tenían que firmar para sus hijos y él no tenía idea de cómo hacerlo. “Aún así”, me dijo, “saqué a mis hijos adelante, pero yo no tengo nada qué enseñar”. Dejé flotar una pausa silenciosa antes de preguntarle si aún, a pesar de no haber ido a la escuela, estaba satisfecho con la vida que había vivido, y me dijo que sí. Le mencioné entonces que algunas de las niñas de la casa hogar, que vendrían a tomarían los talleres, tampoco habían ido a la escuela por sus circunstancias de vida, y que lo que ellas podían aprender de él no tenía que ver con materias de estudios formales. Le sugerí que participara en la mesa de “Carpintería” con el abuelo Maximiliano y que al menos les enseñara cómo se clava y se saca un clavo con un martillo, una habilidad que sin duda les resultaría útil a lo largo de su vida. Bromeé con él recordándole todas las veces que me ha corregido al usar el taladro o las pinzas de alambre mientras me dice “¡Noooo, m’ija! ¡Así noooo!”, y lo útil que sus consejos y apoyo han sido para armar las mesas y los techos de El Vergel del Castillo. Nos reímos juntos y aceptó participar.

En esa primera Feria, las abuelas y abuelos que participaron voluntariamente como maestros, les dieron a los niños durante dos horas diferentes talleres. Cada taller tenía su mesa con sillas y materiales que nos solicitaron: estambre para el taller de tejido; madera, clavos y herramienta para carpintería; hojas y lápices para dibujo profesional; faldas para la clase de baile tradicional mexicano; hojas de idioma para las clases de inglés; y copias de la letra de una canción para el canto. Las niñas estuvieron encantadas pasando de mesa en mesa a tomar cada taller, descubriendo todo el conocimiento que ese grupo de abuelitos tenía para darles. Todas las mesas fueron un éxito y ambos grupos quedaron muy contentos con la experiencia. Habiéndose ido las niñas, me acerqué a Félix para preguntarle si sus alumnas habían aprendido el uso correcto del martillo, a lo que respondió con una sonrisa y levantando en mano la evidencia: trozos de madera unidos con clavos formando una estructura. Sonreí con toda mi cara, lo abracé y le dije: “Félix, quizá no te tocó ser formalmente un alumno, pero para estas niñas eres un Maestro de Vida, pues les has enseñado que se puede ser feliz y productivo aún si tus padres nunca te mandaron a la escuela”. Me sonrió de vuelta y, posando la mirada en el horizonte, exhaló satisfecho.

«Mi Viejo», una gran canción a nuestros ‘viejos’ (los padres), compuesta por Piero: