Tiempo de lectura: 3 minutos

Siempre que leo o escucho esta frase pienso en la vejez. Me pienso con mis amigas envejeciendo, cada una con sus procesos distintos. Pienso en cómo se nos ha enseñado a avergonzarnos de nuestros cuerpos y cómo cada una tiene que recorrer su propio camino para sentirse mejor consigo misma. No tengo la certeza de sabernos ancianas en algún momento, pero me gusta imaginar. La desobediencia en nuestro caso es no encajar con los estándares hegemónicos de belleza, y aun sabiéndolo, intentar amarnos cada día y sabernos hermosas desde nuestras corporalidades.

Cada vez que visito el huerto de Casa Betti[1] le tomo fotos a alguna señora que ahí vive. A veces no se dan cuenta, pero la mayoría de veces les pido permiso y ellas posan según la actividad que estén haciendo. Para mí son hermosas. Y, aunque influye el que nos conozcamos desde hace dos años y tengamos un vínculo afectivo, volteo a verlas y siento una especie de emoción. Las veo a cada una con su estilo, sus historias, su forma de hablar, sus “modos”, su ropa, sus proyectos, sus arrugas, los diferentes matices de cabello que va del gris al blanco ¡Es fascinante el mundo de los grises! Lo bello no sólo lo hace el «exterior».

Miro al presente de otras para observar mi probable futuro. ¿Qué es lo bello? Según un diccionario de la lengua española, la belleza es una cualidad de una persona o animal o cosa, capaz de provocar en quien los mira, un placer sensorial, intelectual o espiritual. La belleza en los ancianos existe, y la desobediencia también, pues radica justo en su propia experiencia de vivir fuera de lo que socialmente es aceptado.

En cada cultura es distinto. En México se tiende a romantizar la vejez y se la asocia con experiencia y sabiduría, pero también con debilidad y vulnerabilidad[2]. Pocas personas hablan de la belleza en esta etapa de vida y menos aún de la autopercepción de los propios ancianos o ancianas sobre sí mismos y lo bello. Creo que es necesario hablarlo y mirar más allá de lo que nuestros ojos ven. Me imagino vejeces más plenas, con proyectos y con deseos, no sólo físicos hacia otres, si no con las herramientas para seguir construyendo, creando, hablando, amando, escuchando, como otrxs ya han dicho “Otras vejeces son posibles”.

Desde que nacemos estamos envejeciendo. Como todo lo que está vivo, vamos cambiando y con esto, experimentando pérdidas del cuerpo. Me pregunto: ¿por qué si vivimos una vida de pérdidas y modificaciones involuntarias y voluntarias sobre nuestros cuerpos, cuando llegamos a cierta edad estos cambios se perciben como negativos? ¿Es acaso horrible el tener que usar una andadera para movernos? ¿Cómo creamos formas diversas de comunicarnos cuando nuestro sentido del oído disminuye? ¿Cómo nos acompañamos en la soledad no elegida o elegida de los asilos? ¿Qué recursos nos inventamos para seguir creando desde nuestras trincheras etarias? ¿Cómo se comparte esa belleza con los demás, cómo potencia eso nuestra vitalidad?  Estas preguntas surgen para que sus respuestas formen un diálogo. Por la pandemia no puedo visitar a las señoras del asilo y casas de día, pero me gustaría hacerles todas estas cuestiones para escuchar, directamente, las primeras reflexiones sobre el tema.

[1] Residencia 24 horas para adultas mayores ubicada al norte de la Ciudad de México.

[2] Gutiérrez, Carmina (2019)  Percepciones, imágenes y opiniones sobre la vejez desde la mirada de  los adultos y jóvenes de México recuperado de https://www.redalyc.org/jatsRepo/138/13860286006/html/index.html