He leído memes y publicaciones variadas acerca de no presionarnos en esta cuarentena “Es una cuarentena no un concurso de productividad” ¿Cuántas veces deseamos tener tiempo para realizar aquellas cosas que nuestros ritmos de trabajo o escuela no nos permitían? ¿Alguna vez imaginamos que tendríamos tanto tiempo libre pero con ello colapsarían nuestros deseos?
Estos días me he acostumbrado a mi rutina de trabajo. Intento despertarme lo suficientemente temprano y el calendario de entregas y metas me ayuda a tener cordura y constancia en lo que hago. Después de las seis pm todo es impreciso. En un mundo (no todo) de productividad, competencia, aspiración, la cuarentena parece que nos desata los impulsos más fuertes anclados en el capitalismo: mantenernos productivas o sentirnos fracasadas. Incluso en medio de una pandemia que está desestabilizando millones de vidas y que está poniendo en jaque no sólo el sistema económico y de salud, sino las formas en cómo nos relacionamos, nos pensamos y construimos nuestras vidas.
Pensé que elaborando un cronograma de mis actividades de lunes a viernes, que incluía horas de trabajo, comidas, horas de ejercicios, lecturas, tesis, meditación iba poder agarrar ritmo y explotar el tiempo que ha generado esta pandemia. Fracasé. Lo único que he podido hacer es cumplir con los objetivos de mi trabajo remunerado. Y abrazarme y arroparme en mis emociones y en la gente con la que comparto esta experiencia.
Hablando con un amigo pensábamos en la reescritura o reconstrucción de nuestros hábitos. Pensamos que esta podría ser una oportunidad para aprender a parar y mirarnos, mirarnos a nosotras mismas y darle espacio a nuestras emociones. A ir más lento y vivir en el presente. A reescribir la escucha y bordar nuevas redes y vínculos. En reaprender todo lo contrario que nos inculcaron en la escuela. Gozar en el no hacer. En destruir el modelo del éxito.
Hay tardes que me subo a la azotea y miro la jacaranda que está al frente, aún le quedan flores moradas y cierro los ojos y escucho a los aviones atravesar las nubes. Los perros siguen ladrando, moviendo sus colas tal vez porque estas semanas han estado más acompañados. También me percato de los diferentes cantos de los pájaros, ya no pienso en saber qué quieren decir, solo los escucho. Estas tardes de primavera se sienten raras, como un cuento de ciencia ficción. Como un futuro que ahora es presente.
En medio de tanto calor, el sudor se apodera mientras escribo, mientras como, mientras pasa lentamente el tiempo. Para muchas estos meses nos parecerán insorportables: tantas muertes, tantas mentiras, tanta pérdida. Pero lo vamos acompañando con el amor, y claro también con la rabia-tristeza-angustia compartida, con la cercanía de cuerpos afines, a pesar de la «sana distancia». Aprendiendo con los cercanos y de lo lejano, asiéndonos a ellos y dejando que ellos también se sostengan de nosotras. ¿Será acaso que todo volverá a la “normalidad”? ¿Cuál es la normalidad?
