Texto: Carolina López
«Xiqui yehuatl in xochitl, xiqui y ehuatl ipan mo yolotl,
ipampa ni mitz tlazohtla.»
«Guarda esta flor, guárdala en tu corazón, porque te amo»
Nezahualcóyotl
Hoy quiero compartirles un poco de mi historia personal a través de mis abuelos maternos y la relación e influencia de forma indirecta con algunos de mis gustos personales como el huapango y el son jarocho, mi interés en aprender sobre la lengua Náhuatl, la agricultura y mi gusto por la comida. Mis abuelos Virginia y Marcelino nacieron en el estado de Puebla. No conviví mucho con ellos, dado que mi mamá emigró a la Ciudad de México y fueron pocas las veces que los visitamos. Sin embargo, guardo gratos recuerdos de ellos y de nuestras experiencias juntos.
Mi abuelito fue agricultor toda su vida. Tenía un gusto peculiar por los huapangos; ésto lo supe ya hasta mi edad adulta, en mis últimas convivencias con él antes de su muerte. Al visitarlo, era habitual despertarnos con la radio, oír al fondo algún son o huapango como el querreque, y verlo zapatear. Mi abuelita también fue agricultora, y como la mayoría de las mujeres de su región, se dedicó al trabajo del hogar. Por una plática que tuve con mi abuelito supe que se conocieron en la escuela y que eso dio paso a que se siguieran tratando y después se casaran.
No supe más de sus historias de vida, pero sé que sus padres eran nahua-hablantes ya que ellos siempre se comunicaban a través de la lengua náhuatl (su lengua materna) y el español o “mexicano” como le llamaban ellos. Cuando era niña y los escuchaba hablar o comunicarse con mi mamá y mi tío, por curiosidad siempre les preguntaba qué era lo que decían, dado que no comprendía nada de lo que ellos hablaban. Mi abuelita respondía que hablaban de la comida y del trabajo de mi abuelito. Entre esas charlas aprendí a decir algunas palabras como: atl (agua), tlaxcalli (tortilla), chichi (perro), pitzotl (puerco), xochil (flor) y a decir tlaxcamati (gracias). Ese fue mi primer acercamiento a la lengua náhuatl. Hoy en día mi vocabulario es más amplio y sé que existen diferentes variantes e incluso pronunciaciones según la región, pueblo o estado hablante.
Cuando era niña ir a visitarlos era toda una aventura para mí, ya que ellos vivían en un lugar solitario y lejano a la comunidad, una hacienda que cuidaron por un tiempo luego de ser desplazados de su lugar de origen. Ésta se ubicaba en medio de grandes árboles, áreas verdes, un arroyo al lado del terreno, animales como vacas, gallinas, cerdos y borregos; además había milpas alrededor en donde se sembraba maíz, frijol, sandía, papaya, y se podían ver y oler desde lo lejos los árboles de naranja y mandarina. Era como ver una postal de revista pero en vivo y a todo color. En marzo y abril, los naranjos muestran flores blancas que despiden un olor muy rico y peculiar que me hace recordarlos. Cada que los visitábamos mi abuelita hacía un gran festín para nosotros y preparaba caldo de gallina, tortillas hechas a mano, pescado fresco, gorditas o tamales de frijol y unas ricas enchiladas rojas, famosas en toda la comunidad por su peculiar sabor del tomate rojo recién cortado y chile chiltepin acompañadas de queso. El sazón que tenía mi abuelita al cocinar era muy rico ya que siempre acompañaba sus guisos con alguna yerba o especias como el comino, clavo y pimienta para darle un mejor sabor.
Durante el día era muy bonito acompañar y ayudar a mis abuelitos con los animales, ir por la leña para cocinar o traer agua del pozo, pero por la noche en ocasiones el miedo se apoderaba de mí, al imaginar que un coyote podría aparecer en cualquier momento o al oír algún ruido de los animales nocturnos que habitaban a los alrededores. Al llegar la noche era como estar en otro lugar y en medio de la nada, ya que si pasaba algo debíamos caminar una hora aproximadamente para llegar a la comunidad más cercana.
No imagino si mis abuelitos en algún momento tuvieron miedo o cómo fue su vida durante el tiempo que vivieron en ese lugar. Quizá era todo tranquilo, pero por otro lado pienso que también fue una vida en solitario, ya que siempre debían estar alerta a cualquier situación que se presentara. No obstante, puedo decirles que cada que los visitábamos se ponían muy contentos.
