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Texto: Coral Gómez

La institucionalización es la acción de recluir a un individuo bajo el régimen y  estructura de vida de una institución, como un orfanato, un asilo, una cárcel, un hospital psiquiátrico. Muchas residencias 24 horas o asilos para personas mayores son instituciones porque son organismos públicos o privados que desempeñan la labor de resguardar a adultos mayores. Cada institución tiene sus propias reglas y normas de trabajo.

Son diversas las historias del por qué adultos mayores viven en casas 24 horas. Algunas  personas que he entrevistado mencionan que ellas mismas eligieron ir a un asilo, donde de alguna manera guardan un poco de independencia respecto a su familia y tienen lo necesario para vivir tranquilas; se sienten contentas pues generalmente están sólo entre semana y los fines de semana o vacaciones van con sus familiares. Otras mencionan que llegan a base de engaños y que su estancia en ese lugar es triste y frustrante, aunque con el tiempo algunas se acostumbran. Muchas más no tuvieron la oportunidad de decir que no con la palabra o con el cuerpo, ya que su condición física y mental no se los permitió y alguien más decidió por ellas. Otras llegaron porque se quedaron sin familia y el estado los recluyó en estos centros o asilos. Algunas más hicieron un trato con algún familiar, que ya no les podía cuidar.

No hay muchas alternativas de vida digna en México cuando se es viejo, menos si se es pobre. Según datos de la PROFECO[1], en México existen 819 asilos, 85% son del sector privado y 15% del sector público. Los precios que los asilos cobran por alojar y cuidar a un adulto mayor son variables, desde $2,500.00 en un asilo en Chihuahua hasta $20,000 en un asilo en Ciudad de México. Las condiciones de vida también cambian: generalmente en la mayoría de asilos los ancianos deben de compartir su habitación, pocos son los que ofrecen habitación privada y baño propio. En cuestión de alimentación, cuidados médicos, limpieza, comida, acompañamiento, actividades y afectos, no entraré en detalles ya que para esto se precisa una extensa investigación.

Sin embargo pienso: ¿Cómo se hace vivible el encierro, aunque este sea escogido? ¿Cómo le hacemos para no mermar nuestra autonomía, nuestra salud emocional cuando llegamos a estos espacios siendo viejos? ¿Qué pasa cuando se tuvo una vida independiente y autónoma y en un punto de la vida ya no es posible seguir así? ¿Qué pasa cuando una eligió no tener familia y los amigos y amigas se han muerto o han tenido que ser institucionalizados? Obviamente no tengo ninguna respuesta y las preguntas surgen sobre mis inquietudes y miedos. Para empezar nunca he estado en una situación similar, ni si quiera soy una anciana. Trabajando en algunas instituciones que albergan adultos mayores, me he dado cuenta de las ganas que ellas tienen de compartir, de hablar y ser escuchadas, de sentirse queridas y querer, de reírse y compartir sus preocupaciones. ¿Acaso a  los de menor edad no nos dan ganas de hacer lo mismo?

El acompañamiento y el fomento a la autonomía son fundamentales. No sólo para adultas mayores, creo que para todas y todos. Aunque este mundo trata de dividirnos, volviendo individuales las experiencias, a veces hay que reparar y unirnos: en una plática, en un abrazo o en una tarde soleada compartiendo con gente con la que nunca pensamos hacerlo. Y a pesar de que a muchos  no les interesan los niños o no les interesan los ancianos, todos fuimos niños y algunos, con suerte, seremos viejos.

[1] Procuraduría Federal del Consumidor, recuperado de https://www.gob.mx/profeco/documentos/asilos-una-alternativa-para-el-cuidado-y-atencion-de-los-adultos-mayores?state=published