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Dicen que cuando algo nos duele es porque nos atraviesa el cuerpo; no sólo el físico, también el de la memoria. Es por eso que de repente, cuando  escuchamos  algún comentario, olemos algo o vemos alguna foto, nuestro pecho se oprime y se nos desborda la indignación, la tristeza o la rabia.

Me ha tomado muchos años, casi todos los que llevo viviendo en este mundo, poder nombrar la herida que ha producido en mi cuerpo un sistema racista. Las revistas, la televisión, la escuela, mi familia sutilmente o no, me enseñaron sobre la aspiración a la blanquitud. Desde niña practiqué este deseo: rechacé mi piel, mi pelo y mis rasgos. Recuerdo que muchas veces me dormí deseando despertar y haberme convertido en otra niña, una güerita. ¿Por qué una niña debería sentir tanta vergüenza de sí misma? ¿Por qué crear tanto odio cuando se es tan pequeña?

Ha llegado el momento de destapar nuestro dolor e hilarlo con el dolor e historias de nuestras ancestras. Mi familia es indígena, zapoteca del valle y de la sierra sur de Oaxaca. A los bisabuelos y abuelos les despojaron las palabras para nombrarse con la mirada de frente diiste[1], tizá, disá[2] un idioma que yo no puedo hablar, una cultura en la que no puedo pensar. No soy mestiza, y para el estado no soy indígena, entonces, ¿Qué soy?

Crecí en una colonia fundada en los 70´s por personas de diferentes culturas indígenas en la periferia de la ciudad de Oaxaca. Aunque urbanizada, la pequeña colonia se organizaba en una base comunal, con tequios[3] y asambleas; lucharon y resistieron a un modo de vida individualista. Cuando alguien fallecía siempre íbamos a velarlo con algo, comida, dinero o la fuerza de trabajo de algún cuerpo. Casi todos nos conocíamos y nos deteníamos a saludarnos. ¿Qué relación tiene esto con mi configuración identitaria? Que son prácticas de lo indígena que perduran y son sobrevivientes en la historia. Mi papá me decía muchas veces que no se me olvidara que éramos indios, y que éramos tratados como tales; en ese tiempo no entendía a lo que se refería y solo sentía vergüenza nuevamente en mi cuerpo, no me gustaba que hablara de eso, me daba “pena”.

Ahora lo comprendo mejor. Su trabajo siempre ha estado atravesado por sus experiencias como sujeto racializado y criminalizado incluso por su aspecto físico; él usa el término indio como sinónimo de indígena, aunque la palabra indio se usa habitualmente con un tono despectivo o peyorativo, discriminatorio o simplemente racista. Es por eso que él utiliza lo indio para reivindicarse. Él no sintió vergüenza; ahora, yo tampoco.

Regresando al principio del texto y a nuestros dolores y nuestras heridas, habrá que escuchar a nuestros cuerpos. En ellos habitan experiencias e historias de nuestros antepasados, que nos dan pistas a través de las emociones  y nos acercan con los orígenes de estas heridas. Hay que abrirlas para revisarlas y ver qué podemos encontrar.

[1] https://arqueologiamexicana.mx/lenguas-indigenas/zapotecos-region-de-la-sierra-sur

[2] https://arqueologiamexicana.mx/lenguas-indigenas/zapotecos-region-de-los-valles-centrales

[3] El tequio (del náhuatl tequitl, trabajo o tributo) es una forma organizada de trabajo en beneficio colectivo, consiste en que los integrantes de una comunidad deben aportar materiales o su fuerza de trabajo para realizar o construir una obra comunitaria, por ejemplo una escuela, un pozo, una barda, un camino, etcétera.